No seas vencido de lo malo
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Génesis 2:7)”.
Nuestro Dios finalizó su acto creativo trayendo a la existencia al ser humano, dentro de él habita un intelecto y un espíritu de santidad, cuyo origen es celestial. Adán, el primer hombre, recibió una orden a la que debía apegarse y las instrucciones sobre cómo conducirse por la creación de Dios:
“Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmos 8:5-6).
Sin embargo, Adán no siguió la orden Divina y sucumbió al pecado, llevando consigo a toda la humanidad. Pero antes de pecar, la inclinación al mal no existía en su interior de Adán, aunque no tenía ningún impulso maligno, sí había una amenaza exterior. El Predicador, hijo de David, refiriéndose a Adán escribió:
“He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Eclesiastés 7:29).
Adán escuchó la voz de Dios con sus oídos, que le dijo:
“De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).
Pero la serpiente presentó un argumento más atractivo, cuya visión fue más convincente que una voz:
“No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella” (Génesis 3:4-6).
La vista de Adán y Eva fue influenciada por apariencias externas que parecían buenas y agradables, pero su vista se nubló por el engaño y los llevó hasta la muerte:
“Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12).
Al comer del fruto prohibido, Adán convirtió el mal en una parte dentro de sí, generando así una lucha interminable en su ser entre dos fuerzas antagónicas.
“Y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones” (Ezequiel 36:31).
Con el paso del tiempo, en el monte Sinaí, Dios le ofreció al pueblo de Israel una oportunidad de recobrar la visión que perdió Adán:
“Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos. Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis” (Éxodo 20:18-20).
Sólo cuarenta días después, nuevamente sus ojos fueron engañados, cuando pensaron que vieron lo que en realidad se imaginaron, que seguramente Moisés había muerto:
“Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido” (Éxodo 32:1).
Tan pronto el pueblo de Israel se apartó del camino que Dios les ordenó, con el pecado del becerro de fundición. Con el paso del tiempo, un nuevo horizonte comenzó:
“Antiguamente en Israel cualquiera que iba a consultar a Dios, decía así: Venid y vamos al vidente; porque al que hoy se llama profeta, entonces se le llamaba vidente” (1 Samuel 9:9).
El profeta Samuel aceptó este inédito titulo y se presentó a Saúl como:
“Yo soy el vidente; sube delante de mí al lugar alto, y come hoy conmigo, y por la mañana te despacharé, y te descubriré todo lo que está en tu corazón” (Ibídem 9:19).
Samuel sabia de primera mano que Dios había desechado a Saúl, el primer rey al que había ungido, porque Saúl permitió que sus ojos lo sedujeran al ver los animales de Amalec y los apartó para ofrenda, en vez de destruirlos como Dios le había ordenado.
“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 Samuel 15:22).
Entonces Dios le mostró a Samuel algo que no fue capaz de ver, cuando le ordenó ungir un nuevo rey. Samuel llegó a la casa de Isaí de Belén y le fueron presentados sus siete hijos, al contemplar Samuel al hijo mayor exclamó:
“De cierto delante de Jehová está su ungido” (1 Samuel 16:6).
Pero Dios le respondió a Samuel:
“No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (Ibídem 16:7).
Uno por uno Dios rechazó a los siete hijos de Isaí, pero había un hijo más que sólo era un pastor de ovejas, a quien ni siquiera lo invitaron a recibir al profeta. Pero como sus hermanos fueron descalificados, mandaron llamar a David para que dejara de apacentar al rebaño y viniera a casa.
“Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque este es” (Ibídem 16:12).
David procuraba consultar a Dios y aprender cómo actuar, él no confiaba en su propia sabiduría, en esta virtud David superó a Saúl, quien actuó por iniciativa propia:
“Después de esto aconteció que David consultó a Jehová, diciendo: ¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá? Y Jehová le respondió: Sube. David volvió a decir: ¿A dónde subiré? Y él le dijo: A Hebrón” (2 Samuel 2:1).
A lo largo de su vida, David no dejó de suplicar a Dios que lo cuidara como un padre cuida a su hijo, para orientarlo por el camino recto y Dios respondió a su plegaria:
“Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti” (2 Samuel 7:14-15).
Sin embargo, sus ojos de David serían sometidos a prueba:
“Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo” (2 Samuel 11:2-3).
Si “David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él” (1 Samuel 18:14), ¿por qué David tomó una mujer casada y causó la muerte de Urías, si el espíritu de Dios era con él? Por lo cual, el reproche del profeta Natán fue:
“¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón” (2 Samuel 12:9).
Antes de fallar David exclamó: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido” (Salmos 16:8), y después de fallar David se lamentó: “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Salmos 51:3).
La mayoría de personas con el paso del tiempo reconocen haber cometido errores, no obstante, en el instante que se les acusa de su falta, su primera reacción es buscar alguna justificación, pero David fue distinto, él no dudó en admitir su pecado y aceptó el castigo. Eso lo diferenció de Adán, quien no admitió su pecado cuando Dios los encaró por primera vez:
“Y el hombre respondió: La mujer que me disté por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12).
Por otro lado, cuando David es amonestado por el profeta Natán, él respondió:
“Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (2 Samuel 12:13).
Al final de los setenta años de David sobre la tierra, el profeta lo describió de la siguiente manera: “David hijo de Isaí, aquel varón que fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel” (2 Samuel 23:1), y David pronunció sus últimas palabras comenzando con: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua” (Ibídem 23:2).
Ahora en la actualidad, nosotros debemos de oponernos al mal, así como Job exclamó: “He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job 28:28), y el profeta Amós declaró: “Buscad lo bueno, y no lo malo, para que viváis; porque así Jehová Dios de los ejércitos estará con vosotros” (Amós 5:14). Nosotros podemos suplicar a Dios en oración que Él nos proteja de la inclinación al mal:
“Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros” (2 Corintios 1:12).
Cuando no estamos satisfechos con nuestra propia porción y buscamos poseer aquello que está fuera de nuestros dominios, nuestra mente se llena de deseos incompatibles y contradictorios.
“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
Sabemos que todo lo que nos rodea en este mundo fue creado por Dios, nosotros no somos dueños de lo que tenemos o posemos, porque “No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo” (Juan 3:27). Todo lo que poseemos y llegaremos a tener en nuestra existencia en la tierra, todo es de Dios, porque Dios nos lo ha confiado de forma temporal, porque sin la provisión de Dios no podemos vivir ni un instante.
“Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pedro 3:15-16).
Deseo que la paz de Dios sea con los lectores de este pequeño mensaje:
“Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que aman tu salvación: Jehová sea enaltecido. Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará en mí. Mi ayuda y mi libertador eres tú; Dios mío, no te tardes” (Salmos 40:16-17).