Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón

Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón


El apóstol Pablo impulsaba a Timoteo a aferrarse a la Vida Eterna a la que Dios lo llamó, y de seguro el joven Timoteo, no solo crecía física y espiritualmente, sino también en las demás áreas, como lo son la personalidad, la inteligencia, las emociones y más.

“Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, á la cual asimismo eres llamado, habiendo hecho buena profesión delante de muchos testigos.”

1 Timoteo 6:12


Ahora en la actualidad, escudriñar las Sagradas Escrituras nos permite ampliar nuestra visión acerca de Dios y sobre cuál es su voluntad para nosotros. Sin embargo, no podemos madurar espiritualmente sin ser antes probados, porque es a través de la tribulación, la enfermedad, el padecimiento, la escasez, la amargura y el desconsuelo, que nuestra personalidad se va definiendo, y cada vez, estas condiciones son menos desfavorables.

“En lo cual vosotros os alegráis, estando al presente un poco de tiempo afligidos en diversas tentaciones, si es necesario, para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, bien que sea probado con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo fuera manifestado.”

1 Pedro 1:6-7


Dios nos ha llamado a servir en su obra con amor y humildad hacia los demás, Él quiere que seamos también sus testigos, sin importar el lugar y la posición que desempeñemos dentro de la Iglesia. De esta manera, iremos creciendo en conocimiento espiritual, en amor y en santidad.

“Pero tú has comprendido mi doctrina, instrucción, intento, fe, largura de ánimo, caridad, paciencia, persecuciones, aflicciones, cuales me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra, cuales persecuciones he sufrido; y de todas me ha librado el Señor.”

2 Timoteo 3:10-11


¿Y que puede ocurrir si nos estancamos en nuestro crecimiento espiritual? Nos convertimos en testigos de oídas, y nuestro testimonio no tiene validez. Una situación similar a esta se presentó en la Iglesia de Dios en Corinto, examinémosla:

“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”

1 Corintios 3:1-3


El mismo apóstol Pablo dentro de unos pasajes más adelante, vemos que exhortaba a los hermanos en Corintio, diciéndoles que eran inmaduros en su forma de pensar y, por consiguiente, inmaduros en su forma de vivir.

“Hermanos, no seáis niños en el sentido, sino sed niños en la malicia: empero perfectos en el sentido.”

1 Corintios 14:20


Dios nos ha llamado con un propósito


De acuerdo con el testimonio bíblico, quiero resaltar tres virtudes de nuestro Señor Jesucristo, la compasión, la humildad y el servicio en su actuar, quien con toda autoridad mencionó «aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». Bajo un marco de amor al prójimo, su carácter fue perfecto, su personalidad armoniosa y equilibrada con sus enseñanzas, logrando una cadena ininterrumpida de servicio a favor de los demás, que trascendió a sus discípulos y seguidores aún después de su ascensión al cielo.

“Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”

Mateo 20:28


Jesucristo es nuestra lumbrera, Él es el modelo perfecto, Él dirige tu existencia a una vida de excelencia, de servicio con entrega para la Iglesia de Dios.

“Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.”

Juan 13:15-17


Sin duda, el conocimiento bíblico es importante en tu crecimiento espiritual, el discernir las Sagradas Escrituras fortalece nuestra Fe, pero no es suficiente. Debido a que el conocimiento bíblico, sin las virtudes del amor y la humildad en muchos casos es contradictorio.

“En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él.”

1 Corintios 8:1-3


El amor que excede a todo conocimiento


Aunque al adquirir cierto nivel de conocimiento bíblico nos puede hacer sentir orgullosos de nosotros mismos, lo que en verdad se necesita para edificar una Iglesia es amor, porque el amor es el único don que nos puede hacer crecer y madurar dentro de la Iglesia de Dios. ¿Acaso será posible ser un Predicador elocuente, un acreditado Teólogo, un reconocido Evangelista, un alegre Adorador, un caritativo Pastor, y tener escasa madurez espiritual?

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.”

1 Corintios 13:1-3


Dios nos ha llamado a servir en su obra con amor y humildad hacia los demás, y nuestro Señor Jesucristo nos llamó a no solo crecer, sino a ir en pos de Él, diciendo «niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame», pero esta labor es para toda la vida, y comienza cuando aceptamos a Jesús en nuestro corazón por la Fe.

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”

Gálatas 2:20


Y para finalizar con este tema, te invito a leer la siguiente reflexión.

Joven, siéntate y lee

—Yo no sabía que era la FJC, y como me gustaba mucho el fútbol, creí que sería el nombre de un equipo de fútbol.


Pero David, mi amigo y compañero en la escuela, me insistía que le acompañara a la FJC. Recuerdo que era un día sábado lleno de sol, de esos días de la primavera y recuerdo también que yo estaba pasando por un desagradable momento en esa época. Mi padre y mi madre no se entendían muy bien y casi a diario había discusiones entre ellos. Recuerdo que muchas veces tuve la intención de abandonar a mis padres para no seguir sintiéndome parte de sus problemas.

—Paso por ti mañana a las ocho en punto —me dijo David el día anterior.


Yo, como siempre, me levanté muy temprano y me preparé, debía estar listo antes de esa hora, porque según yo, íbamos a un partido importante de fútbol.

—¿Qué es aquí? —le pregunté a David cuando íbamos entrando.

—Esta es la Iglesia en donde se reúne la FJC —dijo David.


Para mi sorpresa eso fue lo que me respondió, y decidí mantenerme en silencio porque tenía que examinar ciertas cosas antes de preguntarlas. Permanecí sentado y como no sabia como comportarme en aquel lugar, frecuentemente imitaba los movimientos de mi amigo David.

—Hermanos, estamos aquí porque Dios nos ha reunido para formar una alabanza y un culto a su nombre.


Esas fueron las primeras palabras de un hombre alto y bien vestido, que permanecía de pie al frente de la congregación, y después con voz amable dijo:

—Unamos nuestras voces y nuestros corazones al cantar el Himno número 7.


Todos nos pusimos de pie y las notas armoniosas de un órgano iniciaron aquella melodía. Poco después se oyeron voces de adultos, de jóvenes y aun de niños que con devoción y con muestras de gratitud empezaron a cantar acordes con el órgano.

—Nunca, Dios mío, cesará mi labio de bendecirte y de cantar tu gloria.


Estuve oyendo atentamente dos estrofas de aquel canto. Aquellas palabras llegaron tan profundamente en mi corazón que ansiaba unirme a todos los que formaban aquel coro; quería hacer mías aquellas palabras. Al fin empecé a abrir los labios, pero no cantaba, porque sentía pena. Solo pronunciaba las palabras, repentinamente llevé mi vista al rostro de mi amigo David, entonces comprendí por qué cantaba aquello, estaba llorando mientras toda la Congregación cantaba la estrofa que decía:

—Cuando los dones malgasté a porfía, con que mi alma prodiga adornaste. Padre, he pecado, con dolor te dije, y me abrazaste.


Otros cantos siguieron después y en seguida una oración, para la cual se nos indicó que nos pusiésemos de rodillas. Mientras oraba aquel Pastor, sentí algo extraño en mi ser. Sentía como si ese canto se hubiera hecho exclusivamente para mí y más cuando las palabras de aquella oración fueron el mismo tema del canto. Entonces me acordé de mis padres lamentando que ellos no estuvieran aquí.

—Cuanto bien les hubiera hecho aquel momento —pensé.


Mi mente trataba de mantener el recuerdo de las disputas de mis padres y el momento de desahogo espiritual que sentí con aquellas oraciones, cuando otro hombre, llevando su Biblia en sus manos, llegó hasta el pulpito alto. Antes de decir alguna palabra, miró lentamente a la congregación. Su vista recorrió cada rostro, pero al verme a mí se detuvo y dijo:

—Gracias a Dios que estamos aquí. El mundo en que vivimos es un mundo turbulento y lleno de angustia y desesperación, un mundo que nada puede ofrecernos.


El tema de aquel hombre fue ¿Cuánto le debes tu a Dios?, y la porción de la Biblia que leyó fue «Porque de tal manera amo Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna».

Jamás había hecho una reflexión igual, jamás me había sentido tan culpable de la situación de mi hogar, jamás había podido sentir realmente la compañía espiritual de Dios. Cuando el Predicador expresó la manera de cómo Dios dio hasta lo más preciado que tenia en los cielos, me sentí muy miserable, en una condición ruin y me sentí avergonzado.

Pero pronto el predicador leyó en la Biblia las palabras que dicen «Y aquel varón será como escondedero contra el viento y como acogida contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa». Después me miró, y dirigiéndose a mí me decía:

—¿Sabes lo que significa tener a alguien como escondedero contra los vientos de la vida? Puedes confiar en Él cuando el turbión de los problemas que te acosan quiere golpearte, que importa que el mundo se desvanezca en sus placeres, que importa todo lo que le debes al Señor. Él ha pagado tu deuda con sangre, con sangre propia, ya no debes nada. Vuelve a casa y di que Dios ha estado hablando contigo y que quiere hacerte salvo.


El predicador aun no acababa de hablar cuando, empecé a sentir en lo más recóndito de mi ser un fuego candente, un fuego divino que me hacia sentirme feliz, que olvidé todos mis problemas.

[…]

Posteriormente, muchos pasaron para orar al frente, y al llamado del Pastor, yo también fui, porque una fuerza irresistible me jalaba, me absorbía y fue allí en donde confesé mis pecados y le ofrecí mi vida a Dios a cambio de la salvación de mis padres, a cambio de que erradicara aquellos problemas que amenazaban su separación.

[…]

—Temo que no te haya gustado y que te hayas sentido aburrido —me dijo David mientras salíamos.

—Creo que jamás he empleado mejor mi tiempo como en esta ocasión —le respondí.


Reflexión tomada de:
Carlos García B. (Enero de 1982). Joven, siéntate y lee. El Abogado de la Biblia, Vol. 30, Pág. 6.


“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”

Efesios 3:14-21



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