Guarda tu Corazón
“Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón; porque de él mana la vida”.
Proverbios 4:23
Querido joven de la Iglesia de Dios permíteme estudiar junto contigo el tema que ves reflejado en la parte superior, para comenzar recordemos la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Esta parábola la podemos encontrar en el libro de Lucas capítulo 15, ¿recuerdas cómo era la actitud del hijo menor?
—Dame la parte de la hacienda que me corresponde.
La herencia se acostumbraba distribuir después de la muerte del padre, por lo tanto, la petición del hijo menor mostraba su rudeza e insensibilidad. No obstante, el padre les repartió sus bienes a ambos hijos. De esta manera, el hijo menor recibió la parte que le correspondía. Sin embargo, el padre todavía tenía el control de toda la hacienda (Lc. 15:22,23,31). ¿Qué puede suceder cuando un hijo se aleja de Dios?
Vemos que el hijo menor juntando todo partió a un país lejano y cuando lo había gastado todo, comenzó a pasar necesidad. Entonces el joven se acercó a un ciudadano de aquel país y este lo mandó a sus campos a apacentar cerdos (recordemos que en aquella época la economía del país dependía en gran parte de la agricultura). El joven no solo se vio forzado a trabajar para un gentil, sino que se le dio el trabajo más denigrante para un judío, que es el de apacentar cerdos (considerados animales inmundos). Esta acción era equivalente a abandonar su fe, ya que el joven permanecía constantemente inmundo por causa de los animales que tenía que cuidar.
De pronto, un día el joven deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Vemos que sus amigos lo habían abandonado inmediatamente después de acabarse su dinero y también su sueldo no era lo suficiente como para proveer sus necesidades más básicas. La necesidad no sólo es física, sino también espiritual, como el vacío del corazón. Sin embargo, ¿en dónde buscan las personas la solución a sus problemas y cuál es el resultado que ellos obtienen?
Examinemos qué hizo el joven cuando vio que todo había salido mal, él volvió en sí, pero sus problemas terminaron sólo al reconsiderar su situación y decidir volver.
—Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores’.
Cuando el joven regresaba a su hogar, estando todavía lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Conforme a la costumbre de aquella época, el acto final de una reconciliación era un beso (2 Sa. 14:33). Vemos que el padre lo besa antes de que el hijo le diga las palabras que tenía preparadas y el padre les dice a sus siervos:
—Pronto traed la mejor ropa y vestidle, y poned un anillo en su mano y sandalias en los pies.
Entonces el hijo mayor se enojó y no quería entrar a su hogar, salió el padre y le rogaba que entrara. Los ruegos amorosos del padre contrastan la conducta airada del hijo mayor, que desde luego representa la conducta de los fariseos, pero respondiendo el hijo mayor le dice a su padre:
—Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro engordado.
Esto refleja la actitud de los fariseos, ellos no se consideraban estar sin pecado, sin embargo, seguían las tradiciones de una manera escrupulosa aun pecando, ellos se consideraban superiores a los que no seguían cuidadosamente la Ley de Dios (Mt. 3:7). Por su enojo el hijo mayor no se refiere al hijo menor como “mi hermano”, pero el padre lo corrige diciendo:
—Éste tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado.
Esta parábola nos deja una enseñanza profunda, porque nos da a entender que el Señor es quien nos busca a nosotros, y cuando nosotros nos perdemos, es el Señor quien hace todo lo posible para encontrarnos. Meditemos en las consecuencias de nuestras faltas y de nuestras malas decisiones, que se contraponen a la misericordia de Dios, que es dada solo a quienes vuelven a Él con un verdadero arrepentimiento. El Señor espera tu regreso y corre a recibirte para darte la bienvenida a tu hogar como hijo e hija que eres.