Todo me es licito mas no todo me conviene

Todo me es licito mas no todo me conviene

Como hacer para que comprendamos y retengamos esto, como poder persuadirlos que esto es lo que nos conviene en medio de un mundo convulsionado por el consumismo y la enajenación. Los anunciantes van detrás de nuestros hijos, cada vez más están dirigiendo sus mensajes a nuestros hijos incluso desde la niñez.

A causa de la fuerte influencia que ejercen los hijos sobre los hábitos de compra de sus padres, y puesto que cada vez más tienen su propio poder de compra, se están gastando millones de dólares para atraer su atención. La gente del mundo de los anuncios está convencida de que un consumidor joven satisfecho podría llegar a ser un cliente de toda la vida, dispuesto a comprar sus productos a muy largo plazo. Es una muy buena estrategia.

De la misma forma, tenemos que estar influyendo a nuestros jóvenes para que «compren» las cosas buenas que Dios tiene para ellos para toda la vida. Según Proverbios 3, los jóvenes que optan por el camino de Dios tienen por delante prosperas y duraderas posibilidades: larga vida y paz (v.2), favor a los ojos de Dios y los hombres (v.4), dirección de parte de Dios (v.6), salud y fortaleza (v.8), abundancia (v.10), felicidad (v.13). La persona que confía, honra y teme al Señor halla sabiduría, lo cual es un premio incomparable (v.15).

El mundo gasta millones convenciendo a nuestros hijos de que no pueden ser felices sin cierta clase de zapatos. ¡Cuánto más podemos ofrecerles mostrándoles que la felicidad viene de andar con Dios!

“Mas vestios del Señor Jesucristo y no hagais caso de la carne en sus deseos”.

Romanos 13:14


Cuenta una historia de un viejo jefe indío Cherokee que se encontraba sentado junto a su nieto delante de un fuego llameante. El muchacho había violado algunas reglas de la tribu, y su abuelo quería ayudarlo a entender qué lo había hecho comportarse así. Y le dice:

Es como si tuviéramos dos lobos dentro de nosotros –dijo el jefe indígena–. Uno es bueno y el otro es malo. Los dos exigen nuestra obediencia.
¿Cuál gana? –preguntó el muchacho.
Aquel al que alimentemos –dijo el sabio jefe indígena.


Todo seguidor de Cristo se puede identificar con esa lucha. Peleamos una constante batalla con los deseos egoístas, momentáneos y pecaminosos. Estos se levantan dentro de nosotros y nos ponen una presión increíble para que los satisfagamos. Son como hambres voraces y como la sed que no se apaga. Primero son deseos pequeños e “inocuos“, pero se vuelven más fuertes y a la larga nos pueden controlar.

“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?”

Romanos 6:16


Para poder resistir debemos creer lo que la Biblia nos dice acerca del poder de la tentación. También debemos creer que el Espíritu Santo nos ayudará a resistir o a liberarnos de su poder. Pero entonces viene la parte difícil. Cuando un deseo malo exige ser alimentado, debemos decir: No, tal vez una y otra y otra vez. Pablo dijo: “No penséis en proveer para las lujurias de la carne”. Recuerda, lo que alimentemos es lo que nos va a controlar. Es más fácil resistir el primer deseo malo que satisfacer todos los otros que le siguen.

“Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir”.

1 Timoteo 6:18



La codicia ha derribado a ejecutivos muy bien pagados, ha acabado con corporaciones gigantes, y ha costado a miles de trabajadores sus empleos y la muerte a muchos más. Un columnista ha escrito que la codicia global no restringida es una amenaza mayor que el terrorismo. La codicia nos susurra en el oído que seríamos más felices si tuviéramos más dinero, más cosas y más poder. Crea descontento y un deseo cada vez mayor de hacer lo que sea para obtener posición y posesiones. Pero la Biblia nos manda a confiar en Dios, y no en la incertidumbre de las riquezas.

“A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia de que gocemos”.

1 Timoteo 6:17


Pablo dijo a Timoteo que la manera de superar estos deseos era huyendo de ellos y siguiendo “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad” (1 Timoteo 6:11). Y “a los ricos en este mundo“, que tienen más de lo necesario, exhortó a “que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir” (vv.17-18).

El contentamiento y la generosidad son lo opuesto de la codicia (vv.6-8). A medida que aprendemos a dar gracias a Dios por lo que tenemos y a compartir libremente con los demás, dejamos de tratar de llenar con cosas el vacío espiritual que hay en nuestro corazón. Y cuando amamos a Jesús más que al dinero y las posesiones, descubrimos que Él es el mayor tesoro de nuestra vida. Descubrimos que conocerlo es la fuente de la satisfacción genuina.

El mejor remedio para la codicia es la generosidad. Cualquier posesión en la que pongamos nuestra esperanza para que nos haga sentir realizados, cualquier meta o aspiración que llegue a ser más importante para nosotros que nuestro Dios, esos son los “dioses” que atraen nuestra lealtad y que sutilmente controlan nuestra vida. Sólo Dios puede satisfacer las más profundas necesidades del corazón y hacernos sentir realmente vivos.

No podemos aceptar que es la moda y que mi hijo tiene que estar actualizado y ser hombre o mujer de mundo y decir: ¿qué de malo tiene? El pecado nubla nuestra capacidad de ver lo bueno y lo malo.

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”

Jeremías 17:9


Hay que vivir la realidad y no las ilusiones vanas, hay que desahogarnos de la falsedad en nuestras vidas. Entonces podemos llenar mejor el vacío con la verdad. Debemos de aprender a enseñar a nuestros hijos que todo les es licito, ya que lo pueden tener al alcance de sus manos o nada más solo con pedirlo, pero que no todo les conviene para la meta que se han propuesto como hijos de Dios y hacedores de su palabra.

Debemos de aprender a enseñar a nuestros hijos que todo les es licito porque si lo obtienen van a tener mucha satisfacción momentánea, que no conviene, porque no resonara para vida venidera. Lo que dejamos en nuestros hijos es más importante que lo que dejamos a nuestros hijos.


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